La trucha de mis sueños.
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Villahibiera, río Esla. |
Esta historia que os voy a contar me sucedió un día de pesca en el río Esla, a la altura del pueblo de Villahibiera (León), poco después de inaugurarse el pantano de Riaño en 1987, cuando todavía quedaba alguna trucha salvaje.
La mañana transcurría tranquila en el río Esla a la altura de Villahibiera. Era una mañana de poco movimiento y mucha decepción, pero el destino estaba a punto de cambiar. Había pasado la mayor parte del tiempo con el agua hasta la cintura lo suficientemente fría como para entumecerme los dedos de los pies y las piernas mientras la parte superior del cuerpo se asaba bajo el fuerte sol de julio.
Estaba vadeando por la orilla del río, algo que hacen los pescadores cuando los rayos solares directos son lo suficientemente abrasadores como para quemarte la piel. Entrar en el río Esla en julio con el embalse soltando agua requiere unas buenas polainas aparte de valentía o estupidez, a veces las tres cosas van de la mano. Con el tiempo el cuerpo se equilibra y una especie de regulador mental se activa y le dice a las dos zonas del cuerpo de temperatura drásticamente diferentes que simplemente se relajen. De hecho, empiezas a sentirte realmente cómodo después de un rato en el agua, y a medida que la mitad inferior del cuerpo irradia el terrible calor que recibe de la mitad superior, prácticamente te olvidas de todo y simplemente te concentras en la pesca.
Después de una mañana entera, inmerso en esa dicotomía, estaba cansado, empapado y listo para el cambio de fortuna que se avecinaba. Durante la siguiente media hora, sentado en un tronco caído, observé y sentí como cambiaba gradualmente la meteorología. Un manto de nubes empezaron a cubrir el sol, transformando la luz angular que los fotógrafos y las truchas tanto detestan en grises más apagados y relajantes. Sombras tranquilas invadieron el río, y al sentir las primeras gotas de lluvia, la transformación fue completa.
El cambio de tiempo me dio una nueva razón para seguir pescando y empecé de nuevo en la corriente de la parte baja de una larga isla. Pesqué un par de truchas pequeñas a mosca seca y luego otra de unos cuarenta centímetros que medí con unas sencillas marcas en la caña. Lo celebré con cara de satisfacción y una leve sonrisa, sabiendo que este tramo del Esla, era posible encontrar peces mucho más grandes.
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Parte baja de la isla. Tramo Villahibiera, río Esla. |
Llegue al final de la isla por el ramal izquierdo y luego empecé a pescar con una ninfa bien plomada por la corriente principal. El viento amainó y la lluvia se convirtió en un zumbido constante. Me sentí de nuevo con energías renovadas al estar bajo la lluvia, ya que mi cuerpo estaba más fresco. Entonces, mientras pescaba en aguas rápidas, convencido de que podría ser un buen día, sucedió. Enganché la trucha salvaje, posiblemente la más grande de mi vida. La bestia atacó con ferocidad la ninfa que me había hecho Miguel Ángel (Marso hijo), y yo clavé el anzuelo con la misma agresividad
Inmediatamente, la trucha se disparó hacia la superficie y dio un gran salto. La magnífica trucha flotaba en el aire a solo cuatro metros de mi posición. Podría haberla tocado con la punta de la caña. Era sin ninguna duda la trucha más grande que jamás había visto en un río y la tenía enganchada a una ninfa de pupa de tricoptero de tamaño 16 y a un monofilamento del 0.10.
¿Media… no sé, tal vez, 60 centímetros, o quizás 70?
¿Qué?
Dejemos por un momento la trucha suspendida en el aire y abordemos algo interesante que sucede hoy día en cuanto a los centímetros de los peces.
Los pescadores de truchas tenemos puntos de referencia, un conjunto de números que definen la singularidad o rareza de un pez. Esa serie de medidas en centímetros es algo así como esto: 30 cm, 40, 50, 60 cm. Y 60 centímetros para nuestros ríos parece ser el punto de referencia donde la fantasía reemplaza a la realidad, (no digamos ya 70 centímetros). Esos 10 centímetros de diferencia entre 50, medida bastante habitual en algunas truchas del Esla y 60, es una distancia enorme, y una trucha salvaje nacida en el río tarda muchos años en alcanzar la masa necesaria para ocupar ese espacio de 10 cm. Una trucha de 60 cm. es mucho más grande que una de 50 cm, por lo que parece un animal diferente y raro, posiblemente se trate de un pez de criadero.
Pero estoy hablando como si existieran hoy truchas salvajes de 60, incluso de 70 cm. en nuestros ríos. Una vez leí no hace mucho una publicación en un periódico de León que decía: “las truchas salvajes de 60 y 70 cm. son comunes en nuestros ríos”. Creo que el articulista exageraba un poco y creo además que en ninguno de los ríos de nuestra geografía se pescan truchas salvajes de 60 y 70 cm. con regularidad, y si alguna trucha se pesca de ese tamaño es una rareza o ha subido de algún pantano. Y, sin embargo, casi todos los pescadores en el bar o en alguna tertulia de pesca parecen tener una historía sobre truchas salvajes de 60 incluso de 70 cm. ¿verdad?
¿Sabes lo que oigo cuando alguien dice que una trucha media 60 centímetros? Oigo esto: “no medí el pez porque era muy grande y no podía medirlo”. A veces me quedo atónito con la despreocupación con que algunos pescadores hacen estimaciones sobre la longitud de algunos peces, creo que tienen una ilusión desmedida que les nubla la realidad y la razón.
Ahora, volvamos a la trucha que dejamos suspendida en el aire …
En aquel preciso momento de dar el “cachete” me vi superado. Cuando finalmente pescas el pez de tus sueños, quizás te das cuenta con tristeza de que no puedes sacarlo con el mismo aparejo que has usado para engañarlo. Es similar a lanzar una mosca sobre una gran trucha desde un puente a la que estás observando cebarse, pero no lo haces, ya que eres consciente de que, a pesar de que la trucha te coja la mosca, no tienes ninguna posibilidad de sacarla. Esa misma sensación tuve yo al ver la enorme trucha suspendida en el aire.
La trucha cayó de costado al agua, con un chapoteo impresionante. La salpicadura de la mala entrada me cayó en el chaleco y en las gafas, y la observé a través de unas lentes mojadas mientras se precipitaba río abajo.
Hice todo lo posible por sujetarla, corriendo paralelo a la trucha con la punta de la caña en alto, manteniendo en todo momento la línea de mosca tensa hasta que de repente giró ciento ochenta grados, enfrentándose a la corriente más fuerte en medio del río. Se lanzó río arriba con una fuerza descomunal y me pasó a gran velocidad con mi caña de grafito profundamente arqueada. Fue entonces cuando supe seguro que no la pescaría, que de ninguna manera sería capaz de llevarla a la sacadera. Ni por un segundo sentí la menor posibilidad de controlar la pelea. Esa trucha no era para pelear con un monofilamento del 0.10.
La trucha continuó río arriba, sacando sin esfuerzo toda la línea del carrete, parándose en la zona donde la había enganchado, para luego adentrarse en una maraña de maleza.
Al acercarme al montón de troncos y ramas sumergidas, tiré con todas mis fuerzas pensando en romper el bajo de línea o hacerla girar la cabeza. No conseguí ninguna de las dos cosas, el sedal para mi sorpresa aguantó y se estiró, al tiempo que la caña se arqueó más de lo que había calculado, cediendo la distancia justa para que la trucha de mis sueños se adentrara más en la maleza y desapareciera con la ninfa en su boca.
Nunca más volví a pescar el Esla con un terminal por debajo del 0,12.
Medí la trucha a ojo, y aunque nadie me lo crea, y no les culpo por ello, 60 centímetros me parecieron pocos.
Así que esa es la historia de la “trucha de mis sueños”, pero tengo muchas más que os iré contando en sucesivas entradas.
Un saludo.
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