Un día de pesca en La Garandilla, río Omaña.

 Así fue un día de pesca en La Garandilla, río Omaña, pocas truchas y pequeñas, pero bonitas como esmeraldas.

Con estas aguas tan claras y las truchas tan zurradas, hay que armarse de paciencia y esmerarse mucho en la presentación si quieres llevar alguna a la sacadera, y uno ya no está para afinar demasiado.

Trucha de la Garandilla.

Son las once de la mañana, las campanas suenan a misa mientras un sol receloso aparece y desaparece entre nubes blancas algodonosas. El río, en buenas condiciones, se presta para pescarlo a mosca seca y a ninfa. El puente de piedra de La Garandilla donde dejo el coche aparcado, invita a imaginar a las aldeanas de Valdesamario que en tiempos pasados lo cruzaban sujetándose las faldas para que la brisa del atardecer, que siempre aparece por aquí, no se las levantase.

Casi debajo del puente, clavo la primera trucha que sale repetidamente del agua, dando acrobáticos saltos en el aire y finalmente soltándose. Es el precio que hay que pagar por pescar con anzuelos sin muerte, claro que con anzuelos con muerte también se soltaban, menos, pero alguna se soltaba.

Unas cuantas truchas se ceban en la tabla que hay detrás del puente de piedra, no sé a qué, pero están subiendo repetidamente, un palmo corto tendrá cada una. Dos terminan en la sacadera y vuelven al río recién desanzueladas. Se escapan de las manos con presteza, quizás impulsadas por el miedo a ser desnucadas, o tal vez piensen que salieron victoriosas de la pelea, porque las truchas piensan, no digo yo que como nosotros, pero piensan, vaya si piensan.

El puente de piedra al fondo

Me gustan los ríos con orillas enmarañadas, salpicados por grandes piedras y rocas, donde las truchas se sienten a gusto en los remansos que originan, dispuestas a tomar cualquier cosa que pase a su alcance. Después de un rato pescando a seca sin resultados positivos, monto un “frailuco”, una ninfa de faisán brincada con alambre de cobre, el único peso que lleva y dejo que la corriente la de vida, que la vuelque y la revuelque en sus remolinos. 

No se hace esperar la “picada”, a la tercera deriva clavo una trucha grande que destensa la línea y viene huyendo hacia mí, casi pasa rozándome las botas, descolgándose río abajo, buscando las raíces desnudas de las saucedas. El terminal del 0.12 resiste bien y no rompe, la pelea es breve y al poco tiempo está dentro de la sacadera. Algo más crecida que las otras dos sí que es, pero tampoco para alardear demasiado.

La trucha, algo más grande que las dos anteriores.

 Entre capturas y algún rechazo va pasando la tarde, así lo marca el reloj, así lo dice el cielo que va perdiendo brillo, así lo susurran las hojas de los alisos que ahora se mueven poco y sin energía, así lo atestigua la oscuridad creciente donde el río se cubre de ramas entrelazadas. Va el monte vistiéndose de silencio, unos cuantos lances más y de nuevo canta el vivarelli, esta vez con un carrasqueo casi imperceptible, guardando la línea. Al salir del río me resbalo y casi me baño sin quererlo.

Tramo libre de La Garandilla a Trascastro de Luna, río Omaña.

Camino de regreso en dirección al puente de piedra donde dejé aparcado el coche, me paro, no para guardar en la retina el envolvente paisaje que me rodea, ni para escuchar el silencio del valle encajonado entre empinadas laderas de brezos y escobas, sino para tomar aliento, los puñeteros años no perdonan.

Después de veinte minutos conduciendo, me detengo en el bar de Rioseco de Tapia que me cae de camino. Me acomodo en la barra y me entretengo mirando la estantería repleta de botellas de licores añejas mientras el camarero me atiende. Frente a mí un hombre achaparrado y una cerveza fría con su corona de espuma. ¿Cómo se dio? Me pregunta. Alguna moví le contesto, ¿pero enganchó usted alguna? Pocas y pequeñas. Si es que ya no se repueblan los ríos, me dice. Antes sí que había truchas, que de mozo bien que cogíamos buenos mendrugos a cucharilla, y a mano cuando el río venía mermao. ¿Y se repoblaban los ríos antes? No hacía falta, me contesta. ¿Qué pasó entonces, le pregunto? Pues eso, que los ríos ya no se repueblan.

Yo tampoco sé lo que sucede de unos años acá. El río aquí no tiene contaminación apreciable, ni hay indicios de que los furtivos arrasen con las truchas como hace unos años, ni tampoco hay excesiva presión de cañas como me cuentan. Sitios idóneos para el desove tienen las truchas… sin embargo, la verdad es que este tramo de La Garandilla a Trascastro de Luna hay pocas, y no es una apreciación gratuita de un pescador poco avezado, lo digo yo que he necesitado Dios y ayuda para llevar a la sacadera media docena de truchas palmeras en un día de mucho varear, y eso viniendo las cosas de cara, con el río en perfectas condiciones para la mosca y la ninfa.

Tampoco se puede argumentar de que los forestales se lleven las truchas para soltarlas en otros ríos, ni de que los cormoranes hacen mucho daño. Tópicos todos ellos muy trillados de tanto emplearlos. Ni siquiera en esta parte del Omaña queda el recurso de pensar el daño que hace una piscifactoría aguas arriba, que no la hay. Ni se extrae agua cuando el río angosta y merma su caudal. Ni hay vertidos incontrolados sin depurar de granjas o pueblos, la mayoría pequeños como Trascastro de Luna, Inicio o La Omañuela. Pero hay poca trucha, alarmantemente poca trucha, cuando aquí no hace mucho tiempo llenar la cesta con truchas de medio kilo era relativamente fácil. Aunque mientras quede alguna, aunque sean pequeñas, uno no es capaz de imaginarse otra cosa que no sea engañar alguna de estas preciosas truchas, en un entorno paisajístico donde el verdor reina y se refleja en el agua cristalina del río.

Sigo pensando, consolándome tal vez, que la pesca de la trucha, cada día más, es una excusa para andar a solas consigo mismo o con algún sufrido compañero de pesca y disfrutar de la belleza de estos rincones de la geografía leonesa que, aunque pocos, aún queda alguno como este de La Garandilla en el río Omaña.


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