Un día de pesca en el coto de Valdepiélago.
![]() |
En Valdepiélago se respira aire puro y fresco de la montaña, y en los meses de junio y julio, se huele a hierba recién cortada y a trucha. |
Un calor pegajoso y unas nubes oscuras que asomaban por las montañas presagiaban una tarde de tormentas. Después de comer en El Arriero, me acerqué al coto de Valdepiélago. El río lo encontré bajo, pero pensé que aún podría depararme alguna sorpresa si seguía los consejos del maestro “sabelotodo”; pescar largo y fino.
Después de enfundarme el vadeador y preparar la caña, me tomé un momento para secarme el sudor de la frente y respirar el aire puro y fresco de la montaña cercana. Rosales silvestres se extendían a lo largo del sendero paralelo al río. La humedad reinante retenía el fragante aroma de sus delicadas flores rosas y blancas, llenando de dulzura la quietud de la tarde.
El canto de los pájaros impregnaba el ambiente. En la maraña de zarzas de la orilla del río, los gorriones piaban, los pinzones parloteaban y un mirlo negro salía volando cacareando al ras del suelo asustado al verme con la caña en la mano.
Cuando llegué al coto había varios pescadores, pero ahora, al caer la tarde, solo quedaba mi sombra que se había alargado guiándome en lugar de seguirme. Como me aconsejó el maestro “sabelotodo” até una hormiga en paracaídas con el poste de cola de ternero blanco bien visible a un terminal muy fino y a un bajo muy largo, haciendo posadas delicadas y precisas en las sombras, bajo las ramas de las salgueras, junto a los bordes de las rocas y grandes piedras semisumergidas.
Cambié varias veces de mosca y después de un par de horas pescando, me sentía frustrado y malhumorado al haber capturado tan solo un par de truchas palmeras. Incluso el maestro “sabelotodo” se impacientaría en tales circunstancias. El maestro “sabelotodo” dice que gran parte de la pesca con mosca seca se trata de esperar. Esperar a que suba o baje la temperatura, esperar unas gotas de lluvia que despierte de su letargo a los subimagos, esperar una eclosión que estimule el apetito de las truchas, esperar la magia de cualquier cosa rara que de repente suceda en el río y los peces entren en actividad. Si esperas, pescas, dice el maestro “sabelotodo”, y eso son palabras mayores si vienen de tal ilustre pescador.
Entre tanto, el sol se había ocultado tras el monte que tenía a mis espaldas, pero la luz del verano persistía más fuerte que nunca. Una rata de agua emergió de repente de una poza que daba paso a una pequeña isla con dos ramales donde esperaba pescar alguna trucha. Su pelaje castaño brillaba bajo la superficie del agua clara del Curueño. El corpulento mamífero trepaba por la otra orilla ajena a los ojos que la estaban observando, desgarrando con sus dientes la corteza de una rama caída.
El canto de los pájaros había cesado. No de repente, sino gradualmente, dejando al río en un silencio casi sepulcral, solamente se oía el agua que caía en cascada hacia la poza y el sisear de las hojas de los árboles. A lo lejos el primer trueno sonó amenazante, seguido de otros mientras una tormenta se aproximaba en dirección al tramo donde yo estaba pescando.
La luz se había desvanecido y las hojas de los árboles empezaban a bailar enseñando las dos caras en una especie de coreografía arborescente. En ese momento me sorprendió una cebada en la cabecera de la poza, luego otra en la cola, dos más aguas arriba de la poza. Contuve la respiración y los nervios. De repente, como por arte de magia, las truchas entraron en actividad. Mientras algunas comenzaban a cebarse de los primeros subimagos que derivaban por la corriente, yo cambiaba de mosca tan rápidamente como podía.
A medida que el viento arreciaba, una pequeña trucha subía confiada a menos de tres metros de mi posición para engullir las pequeñas efímeras olivas que empezaban a eclosionar en grandes cantidades. En la otra orilla, bajo las ramas de una frondosa salguera, otra trucha del tamaño de mi antebrazo se cebaba repetidamente, su librea amarilla verdosa brillaba a contraluz en un pequeño claro no más grande que una pileta.
Un relámpago horizontal reveló una enorme columna de nubes oscuras, acercándose cada vez más hacia mí. Un rugido prolongado y furioso sonó como cien motores acelerados al unísono. Sin tiempo para pensar, lancé una pequeña emergente a la trucha que se estaba cebando en la otra orilla bajo las ramas de una salguera, lo hice con precisión y suavidad, como me aconsejó el maestro “sabelotodo”. En una fracción de segundo tiré de la caña hacia atrás tan pronto como vi el blanco de la boca del pez, clavando el anzuelo en su morro con suavidad pero con firmeza. En la creciente oscuridad, me pareció más grande de lo que realmente era, así todo, se trataba de una buena trucha para este río.
Después de hacer un pequeño video como recordatorio de la trucha, proseguí con otro lanzamiento suave y preciso, esta vez hacia la trucha de la cabecera de la poza. Un chapoteo seguido de una fuerte carrera me indicó que se trataba de una trucha respetable. De repente, sin tiempo para pensar, la línea se aflojó, la caña se enderezó y la tensión de mi brazo desapareció. El maestro “sabelotodo” seguro que no lo toleraría.
Otro rayo cruzó el cielo plomizo seguido de más truenos. El viento racheado azotaba las ramas de los árboles mientras la lluvia empezaba a caer en grandes oleadas. Gotas de agua como los botones de mi camisa golpean mi cuerpo, pero en esta ocasión fui precavido y el chubasquero me salvó de una buena mojadura.
Por si acaso quedaba alguna trucha puesta, lancé de nuevo la pequeña emergente bajo las ramas colgantes de una mimbrera, de inmediato fue tomada por una trucha. Otro destello de un rayo cercano iluminó momentáneamente el río dándome un susto de muerte, mientras que la trucha aprovechando mi confusión desapareció hacia un lugar seguro llevándose la mosca en su boca como recuerdo. El maestro “sabelotodo” seguro que estaría muy enojado.
La situación se complicaba por momentos. Ráfagas implacables de viento enterraba todo aquello que no hacía un esfuerzo extra para superarlo; ramas rotas desperdigadas por el suelo, cientos de granos de polen flotando sobre la superficie del agua, mimbreras moviéndose de un lado a otro rozando con sus ramas flexibles el agua… La fuerte tormenta continuó durante media hora más, mientras que los nubarrones pasaban de largo.
Durante la tormenta todo cesó en el río, las cebadas se detuvieron tan repentinamente como aparecieron, la eclosión de efímeras cesó y los peces se encuevaron. Con la caña mojada y el chubasquero chorreando agua, la mejor manera de salir airoso del río era dejar de pescar, recoger los bártulos y regresar a casa. Los truenos ahora resonaban lejos amortiguados por el monte a mis espaldas.
El maestro “sabelotodo” dice que en tales circunstancias, una retirada a tiempo es tan buena como seguir pescando cuando sabes que tienes pocas posibilidades de engañar alguna trucha, y además te quedan pocas ganas de seguir en el río. Se reflexiona sobre los peligros que entraña las nubes en la pesca, se aprende de los errores, se recuperan fuerzas para otro día y se madura. Eso dice el maestro “sabelotodo”.
Comentarios
Publicar un comentario