Una trucha como las de antes

 Estoy solo, como de costumbre, rodeado de árboles y rosales silvestres, arrodillado en un prado alfombrado de hierba verde, gateando entre la maleza, recechando a un hermoso pez, esperando mi oportunidad.

Me gustaría creer que siento algo divino en presencia de esta hermosa trucha que tengo a pocos metros de mí, una especie de santidad, algo que en estos tiempos que vivimos debería exigir reverencia, pero lo que realmente me pasa es que estoy asustado de poder perder esta oportunidad que la casualidad o tal vez la perseverancia de un mosquero impenitente me depara.
Está tan cerca, que puedo distinguir claramente todas sus pintas. ¡Es increíblemente hermosa!

La trucha

Después de sacar unos metros de línea fuera del alcance de su vista, la pequeña emergente aterrizó a un palmo de su boca. Necesitaba tener la suerte de que la mosca pasara muy cerca de ella, ya que estas truchas grandes no suelen desplazarse una gran distancia para atrapar una pequeña emergente.

La larga sombra en forma de torpedo se movió hacia arriba, deliberada y elegantemente, y la pequeña emergente desapareció en un remolino que apenas perturbó la superficie.
Rápidamente, levanté mi caña con la esperanza de no romper el fino terminal contra su peso en movimiento, pero luego el pez se defendió.

Haciendo alarde de su fuerza, se descolgó río abajo tomando la mayor parte de la línea de mosca en su primera carrera y despejando el agua con dos acrobáticos saltos devastadores. Su amplio costado de oro brilló en el resplandor del sol poniente.

Hera grande, sentía la sensación de su volumen y su peso en mi muñeca. Eran momentos de incertidumbre y de extrema tensión. Inesperadamente, el pez dio un viraje rápido y empezó a dirigirse en la dirección en la que yo me encontraba. Entonces, empecé a recoger línea a toda velocidad, como si no hubiera hecho otra cosa en mi vida.

A unos pocos metros de mi posición, el pez salió de nuevo disparado como un misil hacia la superficie, la cual traspasó mezclándose con el reflejo de la inmensidad del cielo azul celeste.
Pude ver entonces ese gran pez flexionar en el aire. Al final de su ascensión parecía como haberse quedado inmóvil, como clavado en el cielo, regresando al agua por la cola ligeramente doblada hacia uno de sus costados.

Tras las primeras tentativas por desprenderse de la pequeña emergente, el talgo arrancó de nuevo, lo hizo tan rápidamente que la línea de mosca iba describiendo en la superficie del agua una pequeña estela que correspondía con la dirección que había tomado, al tiempo que el sonido ronco del Vivarelli parecía haberse desbocado.

La trucha seguía tirando con fuerza de una manera endiablada. Mis brazos empezaban a sentir la fatiga producida por la tensión de los músculos. Cada pocos metros de línea que recuperaba los volvía a perder enseguida.
Tras algunas carreras cada vez más cortas, poco a poco se fue acercando a la orilla, momentos que hacen a uno comulgar con la religión de la pesca con mosca.

Las sensaciones comenzaban a ser positivas, tenía al pez bastante controlado. La trucha desesperada, en su afán de supervivencia, buscaba entre la orilla del río algo a que aferrarse, pero no lo encontraba, todo estaba limpio a su alrededor.

Noté por unos torpes movimientos que la trucha también estaba fatigada, pero no quería precipitarme, no quería cometer ningún error que luego tuviera que arrepentirme, pero lo cometí, actúe como un principiante, las ansias por meterla en la sacadera antes de tiempo me costó otros diez metros de línea.
En ese momento, el mundo se me vino en cima. De pronto, todo el universo era una trucha, y esa trucha había estado a punto de escaparse por un error mío.

Entonces hice lo que hay que hacer en estas situaciones; primero serenarse y luego llevar al pez aguas arriba de nuestra posición hasta que la misma corriente lo empuje dentro de la sacadera.

Cuando por fin vi a la trucha en la red exclame, ¡gracias a Dios! Es hermosa, es una trucha como las de antes. Su cuerpo totalmente aerodinámico me pareció un obús con aletas, me fijé en su cola que era tan grande como la palma de mi mano, casi no lo podía creer, era la trucha salvaje más grande que había visto en mucho tiempo y me sentía feliz.

La emoción del momento me embargaba por dentro, apenas podía manipular el teléfono para inmortalizar con una fotografía el instante tan maravilloso que estaba viviendo. Ni fuerzas me quedaban para levantarla.

Mientras la observaba boquiabierto, bendije el día que vino al mundo un animal tan bello. Era una llama expuesta a los rayos del sol poniente en la que sobresalía una librea marrón en su lomo y un tono marrón-verdoso-amarillento en sus flancos, florecidos de pintas rojas como rubíes y negras como el azabache, ribeteadas con un aro blanco pálido y con escamas centelleantes que parecían pequeñas pepitas de oro.

Me dispuse a devolverla la libertad en la soledad más sublime, más admirable y espléndida, sin más testigos que la propia conciencia ni más jueces que Dios, tan solo la cámara de fotos de mi teléfono como notario de excepción.

Después de rehabilitarla y cuando noté que quería marcharse, la solté y se descolgó río abajo, se fue muy despacio, con movimientos lentos de su aleta caudal, como resignada por haber perdido la partida, triste por haber sucumbido al engaño de una mosca artificial, pero esperanzada por verse de nuevo libre en su medio, pensando que la próxima vez el pescador que quiera engañarla va a tener que esforzarse mucho más que en esta ocasión.

Las truchas no hablan, pero en su instinto de supervivencia quedará gravado tal vez para siempre esta desafortunada equivocación.

Para el pescador deportivo, hay pocas situaciones que le proporcionen tanta satisfacción como ver una gran trucha que ha tenido entre sus manos alejarse desde la orilla. Nada puede compararse, entonces es cuando comprendemos que el pez en sí mismo no es el objetivo de nuestra pasión, ni siquiera un trofeo de pesca ni una captura para medir nuestra vanidad, para el pescador deportivo el pez es su amigo capaz de brindarle recuerdos y momentos inolvidables que guardará para siempre en su memoria.

Es aquí cuando el espíritu deportivo del pescador alcanza su máxima expresión, que no en balde el hombre siente su superioridad sobre los animales no cuando los mata sino cuando una vez dominados es capaz de conservarles la vida. El pescador entonces, se convierte un poco en aprendiz de los dioses, o tal vez de ese mismo y único Dios creador.

Posdata

Al escribir estas líneas recordando la captura de esta trucha, cierro los ojos y veo aquel recreo de luces y sombras en el río, adornado con el amarillo dorado de su cuerpo, y oigo el sonido del freno de mi carrete, y siento una profunda satisfacción de ver a la trucha alejarse desde la orilla recobrando su libertad.

Comentarios

  1. Excelente relato lleno de plasticidad y recreo de lo sucedido en esa jornada .

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    1. Muchas gracias Carmona. Algunos peces quedan gravados en nuestra mente y en nuestros recuerdos, permitiéndonos revivir la emoción de la lucha y deleitándonos con ese momento especial de triunfo. Que lo hayamos liberado con cuidado significa que el sueño de otro pescador podría hacerse realidad. Sin embargo, me preocupa el deterioro progresivo de nuestros ríos y que estas capturas de peces grandes sean cada vez más raras. Un abrazo Carmona.

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  2. Ayer fue mi cumpleanios 74 y tu relato tan precioso y tan real que te hace sentir estar ahi en esa situacion fue mi regalo jajaja..fantastico amigo,un abrazo.alberto.

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    1. Muchas gracias Alberto. Me alegro de que te haya gustado el relato. Un fuerte abrazo amigo.

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