Algunos días son diamantes, otros son rocas.

No todo sale como uno lo planea. Hay altibajos: altibajos de la suerte, de las emociones, del ánimo... alternancia de sucesos prósperos o adversos.

La vida se sintió quieta por un rato.

Joven aún la mañana, caminé por el viejo sendero a través del rocío y las sombras de los árboles, avancé río abajo, solo y en silencio, siempre mirando fluir el agua llena de esperanza y posibilidades.

El aire estaba fresco, pero en la media hora de caminata las nubes dieron paso a un sol poderoso quemando la neblina residual y dando paso a un día bueno para pasear, pero malo para pescar.

El sol cada vez más alto, centrado en los ojos de los peces (el peor de todos los escenarios posibles, en mi opinión), me dio pie a pensar en un mal día de pesca, pero eso no fue lo que me dio el río, en cambio, me concedió un día como no había visto en mucho tiempo. Cada lanzamiento que debería dar una trucha dio dos, y la obstinada determinación de ajustar y apurar los lances bajo las ramas de los arbustos, fue a menudo recompensado con peces gordos. Hora tras hora, mi día de pesca se convirtió en algo excepcional.

Alrededor de las cuatro de la tarde, los tricopteros aparecieron sobre la superficie del agua con acrobáticos vuelos nupciales y la puesta de los huevos por las hembras. Las truchas, como anticipándose al festín, respondieron con voracidad, comenzaron a tomar la ninfa superior, tal como se suponía que debían hacerlo. La buena pesca bajo el agua pasó a ser excelente sobre ella.

Honestamente, fue el tipo de día en que te sientes un poco molesto cuando después de cinco o diez minutos no tocas un pez. El tipo de día en el que esperas y predices las tomas en tus mejores derivas. Como un futbolista al lanzar un penalti anticipa por donde va a entrar el balón, y cuando golpea la pelota y falla, no puede evitar sacudir la cabeza y preguntarse, ¿cómo sucedió eso? Así yo me preguntaba, ¿cómo es posible que no haya subido una trucha en esa postura?

Terminé mi jornada de pesca alrededor de las siete de la tarde, y ahora que lo pienso, no sé si alguna vez estuve tan satisfecho de un día como el de hoy. Siempre me quedo con ganas de más, pero este día fue perfecto.

Carvajal de Rueda, río Esla. Una semana después.

Encantado por la pesca de calidad y cantidad, planeé un viaje de regreso a este mismo lugar una semana después. Continuaría pescando justo donde lo había dejado la última vez, al final de una gran tabla, detrás de una pequeña isla. Los tricopteros deberían estar volando al ras del agua alrededor de las cuatro de la tarde, y no importaría si el sol estaba frente a las truchas o detrás de ellas. En todo caso, la pesca sería fácil y fructuosa. Las mismas moscas funcionarían como la última vez, y los lances los haría de la misma manera. Todo saldría tan bien que propuse invitar a un viejo amigo de pesca que me acompañara ese día.

Por supuesto que todo esto sabía que no sucedería. No soy tan ingenuo, tengo la suficiente experiencia como para saber que no hay un día de pesca igual a otro, no hay repeticiones. Mi amigo, viejo en estas lides, también lo sabía, pero esperábamos lo mejor y estábamos abiertos a lo impredecible.

Nos encontramos con mejores condiciones. La mañana estaba nublada, se palpitaba en el ambiente una buena jornada de pesca, pero de inmediato supimos que las cosas iban a ser diferentes. Los peces estaban apagados y después de una hora pescando, solamente habíamos conseguido capturar dos pequeñas truchas. Al mediodía se levantó algo de viento, los nubarrones desaparecieron dando paso a un día soleado. 

Empezamos como sucede en estos casos de poca actividad a rotar con nuevas estrategias de pesca; nuevas técnicas y tácticas, nuevos patrones, etc. Vadeamos pescando río arriba sin mucha convicción, entonces nos sorprendió una cuadrilla de cuatro pescadores que nos embistieron de frente. Seguimos avanzando y pescando río arriba, pero finalmente fuimos rodeados por la manada, así que nos pusimos un poco nerviosos. Entonces mi viejo amigo y yo decidimos salir del río y mudarnos un kilómetro caminando por la orilla río abajo, al mismo tramo que tantas alegrías me había proporcionado la semana anterior.

(Nuestro mundo de la pesca está lleno de culturas dispares, sin embargo, hay dos tipos de personas que tarde o temprano te enfrentarás con ellas en el río: el novato que honestamente no entiende de protocolos y el tipo que sabe exactamente lo que está haciendo, pero simplemente no le importas nada. Compadécete del primero y perdónalo, el segundo tipo es bastante despreciable y ningún razonamiento, discusión o súplica va a cambiar su comportamiento. Si te encuentras en el agua con él, simplemente aléjate. Sí es lo suficientemente audaz como para interrumpir intencionadamente tu pesca, entonces es lo suficientemente audaz para mantenerse firme sin importar el sentido razonable que intentes seguir.
He tenido algunas discusiones a lo largo de los años con estas cuadrillas y casi todas alguna vez me han dicho que no soy el dueño del agua, esto es agua púbica, ¡amigo!
Nadie quiere una confrontación en el agua, es una tontería y arruinarías tu día de pesca más rápido que unas botas de vadeo con fuga en la costura de la entrepierna).

En esa horas finales pescamos algunas truchas más, todas cuarteronas. Los tricopteros de la semana anterior no aparecieron y los peces se encuevaron. Caminé por la orilla para encontrarme con mi viejo amigo aguas abajo de una pequeña presa de riego. Lo encontré pescando a ninfa en una sección de corrientes lanzando con intensidad hacia la otra orilla. Le observé pescar desde la distancia sentado en una repisa cubierta de hierba mezclada con espadañas y juncos que cada otoño se convierten en unas brillantes varas de oro.

La vida se sintió quieta por un tiempo mientras añadía otro recuerdo de pesca y fortalecía la amistad con mi viejo amigo. Estaba a punto de gritarle, de señalarle la muñeca izquierda con la otra mano, usando el símbolo universal de "es hora", pero no lo hice. En cambio, me senté de nuevo y reflexioné sobre las cosas que son y las cosas que podrían haber sido. Pensé en la vieja amistad que nos unía, en los recuerdos de épicas peleas con las truchas en estos mismos lugares, y en las conexiones que todos tenemos entre nosotros. 

Miré entre la hierba verde junto a mis pies y descubrí como los escarabajos rastreros comenzaban su temporada bajo el cálido atardecer. Perdí la noción de todo por un tiempo y me sentí a gusto y en paz. Entonces, mi amigo rompió el hechizo que me rodeaba con un grito de vencedor.

- ¡Al fin conseguí engañar una buena trucha!

Siempre he pensado que los mejores ríos te dan al menos una oportunidad de pescar bien todos los días, siempre que dediques el tiempo suficiente, pesques honestamente y respetes a los demás pescadores que te encuentres en el río, y por supuesto afrontes el día con esperanza y convicción, incluso en un día aciago como el de hoy, este río no nos defraudó.

Algunos día son diamantes. Algunos días son rocas.
Algunos senderos están abiertos. Algunos están bloqueados.
Algunos días los atardeceres son dorados, otros días son rojizos.
Algunos días los cielos están despejados, otros días están encapotados.
 



Carvajal de Rueda, río Esla. Un kilómetro aguas abajo.

Esta vida dulce y tranquila es la que amo.
Pesque poco o mucho, igual disfruto.
Pescador deportivo yo me llamo.
Al devolver al agua lo pescado.





Comentarios

  1. otro bonito relato.A ver si un dia,llego a espania el 25,y estoy en leon sin mi hijo y me escapo de un par de amigos te localizo por tu pueblo y hablamos de pesca.Un abrazo amigo,Alberto

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