Decepcionante final de temporada en el Omaña.

 

Coto de pesca El Castillo, río Omaña.

Afortunadamente, esta temporada se acabó. Y creo que es la primera vez en mi vida como pescador que recibo con alivio el cierre de estos ríos naturales. La despedida en el acotado El Castillo ha sido el broche melancólico de una más que triste temporada.

La constatación de que la pesca de la trucha desaparece en León es una realidad. Lo vengo diciendo desde hace tiempo, este pez no puede sobrevivir a tantos desmanes: cambio climático, sobrepesca, vertidos incontrolados, contaminación de las aguas, colmatación de los lechos, riegos abusivos, puertos y azudes que dificultan el remonte de los peces, mejora de las técnicas de pesca, errores en la propia regulación, etc. etc. Ante un panorama tan sobrio, el pescador se desmoraliza, no puede, sino echarse a temblar, en última instancia, colgar la caña como ya lo han hecho otros pescadores antes. 

¿Qué hacer entonces? ¿Qué hacer antes de colgar definitivamente la caña? Puede usted pescar los ríos regulados que alguna trucha aún les queda, aducirá alguno, o puede pescar lagos artificiales y cotos intensivos con truchas arco iris de criadero, aducirán otros. También puede practicar la pesca sin caña haciendo senderismo por los caminos aledaños a sus ríos favoritos mientras su mente se debate entre los recuerdos y la esperanza. Esto da pie para pensar el porvenir que nos aguarda a los pescadores leoneses. Un porvenir deplorable que no podrán paliar los cotos intensivos que la administración pretende crear como sustitutos o sucedáneos de nuestros ríos.

Pero yo me pregunto: ¿pueden sustituir los cotos intensivos y lagos artificiales la pesca tradicional de toda la vida? ¿Cómo es posible identificar una pasión natural y silvestre con algo artificial? Mal asunto este, ciertamente.

Este simulacro de pesca con truchas de criadero que pretende crear la Junta con al menos un coto intensivo en cada provincia de la Comunidad Autónoma, puede resultar divertido, incluso puede ser saludable cuando lo único que nos incita a pescar estos cotos es el desahogo personal por la frustración de no encontrar lo que buscamos en nuestras aguas favoritas.  Hay que reconocer, no optante, que por este camino aliviaríamos la sobrepesca que gravita sobre nuestros ríos, aparte de tener un tramo de río donde entrenar todo el año los pescadores de competición. 

Pero nosotros, los que sentimos verdadera pasión por la pesca, los que disfrutamos al máximo de cada lance, de cada captura, de cada liberación, los que vivimos tratando de comprender la naturaleza, de amarla y respetarla, los que preferimos lo natural de lo fingido, la calidad a la cantidad, pronto nos cansaríamos de estos escenarios artificiales. 

El verdadero pescador, lo primero que intenta hacer es huir de la hipocresía y del engaño que aplastan a las sociedades modernas, y si lo que va buscando es un contacto directo con la libertad y la naturaleza, ¿cómo va a darse por satisfecho con estos cotos y lagos intensivos? Todo lo que no sea darnos un pez libre, desconfiado y silvestre, será darnos gato por liebre, una burda añagaza que en nada va a mitigar la indignación que tenemos los pecadores por el pésimo estado de nuestros ríos.

Ahora bien, mientras se puedan seguir vendiendo cotos, y haya bobalicones como yo que los compren, sobrevivirán los responsables de la Administración y el objetivo final estará cubierto. Lo de si hay o no truchas en el río, eso es lo de menos. 

Las importantes medidas que se toman, aparte de declarar a la trucha de interés general, giran todas ellas en torno al aumento de la guardería, aumento de las sanciones, pesca con muerte unos días, pesca sin muerte otros días, unos señuelos en días con muerte, otros en días sin muerte, etc. etc. Todo sin pies ni cabeza porque falta lo fundamental…, faltan las truchas. 

A nadie se le ha ocurrido decir que se van a sanear las aguas de nuestros ríos trucheros, que se van a reparar las depuradoras averiadas y a obligar a los ayuntamientos a su mantenimiento y correcto funcionamiento, a prohibir los pesticidas y herbicidas en la agricultura. Seamos sinceros, el agua no la veremos purificada jamás, y sin aguas limpias adiós a las truchas. Con ir echando unas pocas aquí y otras pocas haya, solo con el único propósito de que sirvan de señuelo para así poder seguir vendiendo cotos y presumir de unos ríos llenos de truchas, el asunto está resuelto. 

Los expertos no se fijan en esto, y se vuelven locos dictando disposiciones y aumentando la guardería cuando la verdad, ya nada tienen que guardar. En cambio, lograr que haya unos ríos limpios y sin barreras, donde puedan vivir los peces y remontar los ríos para reproducirse, de eso nada. 

En lo referente al último día de esta temporada que acaba de finalizar, tengo que decir que este acotado del río Omaña que hace un lustro hervía de cebadas, hoy ofreció a este pescador que suscribe un mutismo exasperante. Algunas truchuelas a ninfa y pare usted de contar, cebadas, lo que se dice cebadas, ni una sola, y mire que me emplee a fondo como en mis mejores tiempos, recorriendo gran parte del coto y cambiando de táctica cada dos por tres. Y para mayor escarnio, la jornada de despedida fue un día espléndido, despejado y quedo, con el nivel de agua adecuado, al que no cabe hacerle el menor reproche. Ya me lo había advertido el Sr. Paulino que me encontré con él al mediodía mientras aparcaba el coche cerca de su casa, “no se moleste usted mucho, solo hay pequeñas y pocas”. Decididamente, si Dios no lo remedia, esto se acaba. La pesca en León, quiero decir.

De este modo, el regreso al coche fue cansino y cabizbajo, como, por otra parte, ha sido la tónica general de la temporada. Y todavía más lamentable fue que el resto de pescadores con los que me crucé aceptaban el cierre de la temporada de pesca de estos ríos naturales casi con alivio. 

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