Vegaquemada, el último coto de la temporada.
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👉 Coto de pesca Vegaquemada. Conoce 👉 El Río Porma. Desde su nacimiento en las estribaciones de Sierra Moncayo hasta la desembocadura en el Esla, a la altura del pueblo de Rodanos, en el Término Municipal de Villaturiel. |
Son las doce del mediodía, un sol de justicia impone su ley. El río fluye en buenas condiciones para pescarlo a mosca seca. Ato al terminal una “Saltona”, está tan desgastada, que no es ni la sombra de lo que fue, prácticamente no es más que el anzuelo y algunas fibras que sustentan el tejadillo, las del collar de flotación se cuentan con los dedos de una mano. Estas moscas con aspecto deplorable me han sacado de muchos apuros y siempre recurro a ellas cuando el tramo a pescar está muy zurrado.
Pruebo el primer lance al lado de una piedra grande, donde el agua golpea fuerte formando miles de burbujas. Clavo la primera trucha, no más grande que la palma de mi mano. A esta primera le siguen alguna más, todas del mismo tamaño, parece como si las hubieran echado recientemente.
Con sigilo voy remontando el río por la margen derecha haciendo lances de revés. El reloj marca las dos, la temperatura sigue aumentando de forma descarada. No es normal para esta época del año que haga tanto calor, todo mi cuerpo suda a grandes cantidades. Empapo el pañuelo que llevo en el cuello en el agua del río y me lo paso por la frente y el cuello para aliviar algo el calor bochornoso. Las polarizadas se me empañan constantemente, esto es algo que me saca de mis casillas, pero tengo que seguir con ellas puestas, un escuadrón de mosquitos ronda mis ojos desde que entre al río. Intento espantarlos con la gorra, pero no hay manera de que me dejen en paz, me embadurno con un spray antimosquitos que me preparo el farmacéutico de Navatejera , el olor me mata, es un olor a mondas podridas, una mezcla nauseabunda de basura en descomposición.
Después de un rato, el spray parece que ha funcionado, los mosquitos han desaparecido, ahora puedo concentrarme mejor en la pesca, sin embargo, el olor a mondas podridas sigue conmigo, tan fuerte como al principio, espero no encontrarme con nadie. En mi camino río arriba, me doy de frente con un pequeño remanso formado por una gran piedra y rodeado por las ramas de una frondosa salguera. De repente algo se ha movido dentro del remanso no más grande que una pileta, ha sido una cebada muy sutil, casi imperceptible para un neófito. Intento meter lo que queda de la “Saltona” allí mismo, a unos diez metros de mi posición, pero… ¡Uf!, no es fácil. La postura está bien protegida por las ramas de la salguera y a mis espaldas una serie de arbustos hacen imposible un lance normal, solo puedo hacer un lance rodado y rezar para que el primer intento salga bien y no asuste al pez. Y… ¡Ho! ¡Suerte!, el lance ha sido bueno y la presentación casi perfecta.
“¡Qué satisfacción me producen estos momentos! La presentación lo es todo en la pesca con mosca. La buena suerte, sinónimo de todas las virtudes, no depende tanto del tipo de mosca como de la habilidad al lanzar, y una mosca deficiente lanzada con suavidad y precisión tendrá mejor resultado que una excelente mosca lanzada con torpeza en el lugar equivocado”.
Repentinamente, algo rompe la superficie del agua y atrapa el engendro de plumas. Levanto sutilmente la caña y… ¡Ho! Sorpresa, tengo una locomotora al otro extremo de la línea, ¡parece grande! Por la forma de reaccionar parece que no es la primera vez que esta trucha ha sido engañada. Zigzaguea de una orilla a otra, como desorientada y sorprendida a la vez. Mi brazo, el que sujeta la caña, parece el de un niño, se mueve de un lado a otro como el péndulo de un reloj, al ritmo que marca la trucha sin que pueda hacer nada por evitarlo.
Todo ocurre muy deprisa y de forma violenta. La trucha desaparece bajo los arbustos de la orilla opuesta. Intento sacarla de su escondite, pero ella se resiste, el puntal se arquea como una vilorta, parece como si fuera a romperse en cualquier momento, finalmente hace bien su trabajo y consigo sacarla de debajo de los arbustos y llevarla al centro del río aguas arriba.
Sigue la pelea… me saca línea sin cesar. A una docena de metros realiza una espectacular cabriola en el aire. Rápidamente, bajo la caña para amortiguar en lo posible el impacto de la trucha sobre la superficie del agua. Al caer, no solamente puedo ver su pintada librea, sino también puedo oír el estrépito que produce su cuerpo al entrar de nuevo en el agua, parece como si la trucha hubiera dado una sonora bofetada al río por dejarme pescar en sus aguas.
De nuevo, una y otra vez, la línea zigzaguea de una orilla a otra, parece como si al otro extremo estuviera el mismísimo diablo disfrazado de trucha. Cada segundo que pasa se acrecienta la sensación de que en cualquier momento puedo perderla. Empiezo a sentirme algo excitado, pero aún puedo mantener firme mi brazo. Pasa el tiempo y los segundos se hacen interminables. Después de un rato empiezo a sentir los brazos agarrotados, como si me faltaran fuerzas para mantener la línea en tensión, y es que los brazos de un pescador de 30 o 40 años nada tienen que ver con los de uno de 73.
Después de unos interminables minutos de tiras y aflojas, la trucha comienza a mostrar síntomas de fatiga. Definitivamente, parece querer dar por perdida la batalla. La emoción del momento me embarga por dentro, ni siquiera me quedan fuerzas para soltar la sacadera del chaleco, al final lo consigo. Casi en la misma orilla, intento introducirla en la sacadera e, inesperadamente, emprende otra veloz carrera aguas abajo hacia una fuerte corriente, solamente pude seguirla quince o veinte metros con la caña en alto hasta que por fin se suelta. En ese momento me queda una cara de bobalicón que prefiero no describir.
¿Cómo sabía la muy zorra fingir que estaba agotada? Por muchos años que llevemos pescando nunca aprendemos lo suficiente. ¡Cuanto me queda por descubrir! Este es el mayor motivo por el cual nuestro arte es algo inagotable y cada día nuevo. Sé que acabarán mis jornadas de pesca y no habré conseguido aprender ni la mitad de la “asignatura”. Ruego a un buen Dios que así sea porque ese aprendizaje mantiene mi interés por este deporte. Afortunadamente, mi vida como pescador siempre ha estado llena de estos peces mágicos, peces que cualquier pescador de truchas le gustaría recordar y que van creando dentro de uno mismo su propia leyenda, su propia experiencia, en definitiva su propia historia como pecador.
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Lugar donde perdí la trucha. Bueno, realmente nunca la perdí porque nunca la tuve. |
¡Qué hermosa es la pesca con mosca! “<< tan parecida a las matemáticas que nunca se puede aprender por completo>>”, anotó Izaak Walton en su libro “The Compleat Angler”, “El Perfecto Pescador de Caña” 1653.
Estéticamente hablando, un lance rodado es difícil de superar. Metros y metros de línea que el pescador con mosca maneja con aplomo de hechicero. Hay una belleza increíble cuando se consigue hacerlo bien. La línea sale frente a ti como por arte de magia para llevar la mosca al lugar deseado y posarla tan suave como lo haría un copo de nieve que cae al agua.
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Tramo Palazuelo de Boñar, coto de Vegaquemada. |
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Coto Vegaquemada, tramo Palazuelo de Boñar. |
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Palazuelo de Boñar, coto de Vegaquemada. |
Salvo alguna honrosa excepción, esta temporada no ha sido buena, y la escasez de peces de este coto me lo ha confirmado hoy. Sin embargo, debo confesar que cuando la casualidad me depara experiencias como la vivida hoy con nuestra “amiga pintona”, siento algo dentro de mí que refresca mi alma y reanima mi apagada inspiración. Porque sinceramente, a mis años y teniendo en cuenta la grave situación de abandono por la que atraviesan la mayoría de nuestros ríos, tengo fundados motivos para jubilarme de la pesca.
Sigo pensando, como ya lo he manifestado en otras ocasiones, que la pesca tal como la concibe el pescador de pan y cebolla, es hoy más que nunca una excusa para salir de casa, para evadirse de lo cotidiano y disfrutar del sosiego y la tranquilidad que le brindan estos parajes naturales, de su belleza y del espectáculo de vida que le ofrecen. Porque la pesca amigo lector es también rumor de la corriente. Es brisa vespertina que hace bailar las hojas de los árboles. Es el mirlo acuático sorprendiéndonos con su rápido vuelo al ras del agua. Es el martín pescador que irrumpe veloz en nuestro campo visual, o los vuelos rasantes de las golondrinas con sus alegres chillidos mojándose sus pechugas o atrapando insectos acuáticos que derivan por la corriente. Es fragancia de flor en primavera que se abre a la caricia del sol que despunta… La pesca son muchas cosas.
No, no es ta sencillo para un pescador que lleva más de cincuenta años pescando jubilarse de la pesca, porque los verdaderos pescadores necesitan para la vida el contacto con la naturaleza, con el río, con las truchas, aunque sean pocas y pequeñas. El pescador con mosca necesita además sentir la caña en la mano, la dulzura de los lances, las suaves posadas, las peleas con las truchas que hagan palpitar su corazón. Necesita también la buena compañía y los saludables razonamientos con otros colegas: líneas, moscas, cañas… así como los calmados paseos por el río cuando la edad lo aconseja, me refiero a esa otra bella pesca sin caña. Y por supuesto, los buenos y agradables artículos de pesca.
Ahora que puedo analizar más pausadamente mi vida como pescador, me doy cuenta de lo rápido que me está arrastrando esta pasión. No necesito competir con nadie, ni llevar un pez a la sacadera todos los días para ser feliz. Es algo tan venenoso que me permite ir uno u otro día, muchas veces sin ni siquiera sacar la caña de su funda, otras veces me basta rondar ese pez, estudiar su postura, comprender por qué está ahí, y luego, solamente luego, intentar engañarlo, aunque para ello sea imprescindible un lance rodado como el de hoy.
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A pesar de la alarmante escasez de peces de este coto, alguna como esta preciosa trucha termino en la sacadera. |
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